Aquel hombre no era como cualquier otro, tenía algo que lo hacia especial, diferente a los demás. Era amable y buen vecino, pero contaba con la desgracia de vivir en soledad.
Por eso, cada vez que se ocultaba el sol, realizaba la misma rutina. Traspasaba la rústica puerta de su casa y se dirigía hacia la pizzería más cercana, con el propósito de saciar su desesperación, de encontrar algo de compañía.
Con la esperanza eliminar la melancolía de una vez por todas, el anciano de boina gris no modificaba para nada su procedimiento, su costumbre. Parecía Sarmiento, tenía asistencia perfecta. Todos los días iba a su cita, era fiel a esa exquisita porción de pizza. Pero de pronto, cuando menos lo esperaba, la traición tocó su puerta y se llevó consigo al local que por muchos años supo ser “su segundo hogar”.
Abatido por la situación, el señor de cabellera nevada salió a buscar refugio en cada rincón de su amado San Telmo. Si bien en un principio se encontró rodeado por un montón de edificios viejos, con el tiempo consiguió ver más allá de las apariencias, lo que le abrió las puertas del bar “Británico”.
Poco a poco, con el transcurso de los meses y mediante la ayuda del dulce aroma del café, sus heridas del se fueron cerrando, o mejor dicho, sanando. Allí había encontrado su lugar en el mundo. Con tan sólo sentarse frente a la ventana y mirar hacia afuera le bastaba para ser feliz, para sumergirse en los hermosos recuerdos del pasado.
Mañana tras mañana, noche tras noche, el hombre de tez morena ocupaba la pequeña mesa individual más cercana al ventanal. De esta manera, no sólo podía apreciar con mayor claridad la antigua arquitectura barrial, sino también la historia que ocultaba la misteriosa esquina de la calle Defensa.
Nadie lo comprendía. No entendían el porqué de tanto fanatismo. Solamente se dedicaban a estudiar su accionar y cada una de sus facciones, para luego echarse a criticar. Sin embargo, él no se hacia problema, no le importaba en absoluto el qué dirán. Lo que verdaderamente le preocupaba era que la gente desconociera la mística que albergaba el humilde bar. Es así que durante los últimos años de su vida se dedicó a transmitir sus valores, a hacerle comprender a los vecinos que el “Británico” era mucho más que un símbolo de San Telmo.
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