El otro día me subí al colectivo y realicé un
viaje a lo más profundo de mis pensamientos. Millones de situaciones venían a
mi mente. Algunas absurdas, otras no tanto. Pero todas giraban en torno a un
mismo tema, a una misma problemática: ¿Se debe ser directo o se debe aprender a
captar las indirectas?
La cuestión no es fácil de resolver, hay
muchos factores externos en juego. Siendo directo muchas veces corres el riesgo
de herir la susceptibilidad de la otra persona, de hacerla llorar hasta la
muerte o, en su defecto, de quedar como un completo idiota.
Caso I
-
¿Crees que
engorde?
-
La verdad que
sí. Estás hecha una vaca.
-
Anda a cagar
(entre llantos)
Caso II
-
Quiero que sepas
que te parto en ocho
-
Y yo que no te
veo ni en figurita
Sin embargo, nada es completamente negro.
También puede pasar que gracias a ello termines acabando en un telo. La clave está en saber cuando es el momento
indicado. En determinadas oportunidades conviene ser más poético, conviene
utilizar las indirectas, con el riesgo que ello implica: que el otro no las
entienda.
Caso
I
-
¿Crees que
engorde?
-
Pienso que te
verías mejor rodeada de verde y con una manzana en la boca.
-
Tenés razón.
Debería ir al campo de mi abuela
Caso
II
-
Te invito a
comer a un parrilla
-
Soy vegetariana
-
Entonces te
invito a tomar un helado
-
El frío quema
mis neuronas
-
¿Un café?
-
Me da diarrea
crónica
-
¿A caminar?
-
No tengo pies
Y
así sucesivamente.
Entonces… ¿No es más sencillo ir al grano y
listo? Pues no siempre lo es. Por eso, lo que vengo a proponer es que no
hinchemos más las pelotas. Seamos sinceros con nosotros mismos y aprendamos a
captar las indirectas.
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