miércoles, 20 de julio de 2011

Una pesadilla llamada mondongo


Recuerdo que en ese momento me encontraba bajo el cuidado de mi abuela postiza ya que mi mamá estaba con ciertas complicaciones producto de la enorme cantidad de trabajo que tenía.
Todo indicaba que iba a ser un día cómo cualquier otro, o por lo menos eso parecía en un principio. Las diferencias comenzaron a surgir a la salida del colegio cuando noté que la persona que me había ido a buscar era la mujer de mi abuelo, mejor conocida bajo el apodo de “Chiche”.
Llegamos a casa a la hora del almuerzo. Apenas ingresamos a la cocina, el olor a comida penetró mi nariz y le avisó al estómago que ya se hallaba en condiciones para ser devorada. Hambrienta me senté en la mesa esperando un delicioso plato que saborear, pero me lleve una enorme desilusión al ver una gran cantidad de guiso de mondongo.
Con asco separe cada una de las partes que no me gustaban y comí aquellas que eran de mi agrado. En ese instante, apareció ella y, firme como un sargento, me dijo: “Termina todo porque sino no te vas a mover de la mesa”. Asustada agarre el tenedor con el fin de dirigirlo hacía esa cosa blanca de aspecto deforme. La pinché y la metí en mi boca. Fue horrible, era como morder un pedazo de toalla mojada por vómito. Mire para todos lados en búsqueda de una solución. Fue ahí que la encontré, recostada en medio del sillón. Esperé el momento indicado y la llamé. La perra vino muy rápidamente y en cuestión de segundos se terminó mi pesadilla.

viernes, 1 de julio de 2011

Los adultos también juegan a las escondidas


Estábamos en plena época invernal. Las temperaturas bajas abundaban y el viento helado advertía que no perdonaría ni hasta la criatura más inocente. Sin embargo, yo no me percaté de su presencia ya que el calor de los hornos me protegía de las constantes amenazas brindadas por Bóreas.
Era una noche como cualquier otra. Mi mamá se encontraba delante del local atendiendo a aquellos los clientes que llegaban en búsqueda de fútbol y una buena porción de pizza, mientras papá, en el fondo, se dedicaba exclusivamente a pintar.
Ante la falta de entretenimiento, el aburrimiento comenzó a tocar mi puerta, pero yo me rehusaba a abrírsela, así que le propuse a mi hermana jugar a las escondidas. Ella, contenta, aceptó sin imaginar las consecuencias que traería su desaparición.
Todo surgió producto de un mal entendido cuando, desesperada ante la idea de perder el juego, le pregunté a mi padre: “¿Sabes dónde está Maca?, porque no la encuentro por ningún lado”. En ese preciso instante, se armó un gran revuelo. Miles de vecinos, conocidos y familiares acudieron, con el único propósito de examinar cada uno de los rincones del lugar. Yo no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Mi mente no comprendía el por qué de tanta preocupación si simplemente se trataba de un juego de niñas.
Mi hermana no aparecía, lo que acrecentó aún más la inquietud de los presentes y la exasperación de mi madre, que, una y otra vez, les decía a los agentes policiales: “Mi hija llevaba puesta una musculosa verde. Por favor, encuéntrenla lo antes posible”.
Ese día se escucharon sirenas, gritos y llantos desgarradores, pero nada fue suficiente para despertar a la pequeña bella durmiente, quien, envuelta entre las sábanas, soñaba con no ser descubierta.