lunes, 12 de diciembre de 2011

Memorias perrunas


Jamás imaginé el futuro, ni pensé en mi porvenir. Lo único que me interesaba era curarme y salir de una vez por todas de aquel horrible y temible lugar. No me gustaba el ambiente ni la comida. En otras palabras, no tenía ningún motivo para seguir permaneciendo allí. Deseaba fugarme, ir en búsqueda de un refugio que me permitiera seguir creciendo y no continuara destrozando mi cuerpo. Fue ahí, en ese preciso instante, que aparecieron los superhéroes del auto rojo y me salvaron de lo que podría haber sido una muerte segura…

Ellos no sólo son buenas personas, sino que también forman parte de mi vida. Me cuidan, me miman y me enseñan lo que significa tener una familia. Pero el color rosa no abunda, existen sus matices. Muchas veces me siento indefenso y desprotegido, sobre todo cuando les agarra el cariño repentino y me estrujan como si fuera un osito de peluche.

Sin embargo, los quiero mucho y les estoy sumamente agradecido por el cariño que me brindan día tras día.

Abdul



domingo, 11 de diciembre de 2011

De la tortura al miedo

Apenas me subí al colectivo me sumergí en los más profundos pensamientos y comprendí que nada era imposible. No podía creer lo que estaba haciendo, ni entender cómo había llegado a eso.

A medida que el destino se acercaba mi desesperación aumentaba. Quería bajarme, pero era tarde. Debía cumplir con mi promesa ya que de lo contrario la condena sería demasiado grande. Lo único que me quedaba por hacer era rezar para que todo saliera bien, que Argentinos ganara y diera la vuelta olímpica en aquella cancha que tanto detestaba.

Ni bien llegué a destino sentí un escalofrío que me heló el cuerpo. En ese preciso instante miré a mi novio con la esperanza de que se arrepintiera, pero fue inútil.

Respiré hondo y llené mi cabeza con hermosos momentos de gloria azulgrana, lo que generó en mí una enorme satisfacción. Luego, miré detallamente a mí alrededor. Estaba rodeada por globos pinchados, por gente que todavía no entendía el verdadero significado del éxito. De pronto, escuche algo que me trasladó bruscamente a la realidad. Era el canto desaforado de la hinchada quemera, que incesantemente repetía “vamos a matar a un cuervo en la cancha de Huracán”.

Aunque sabía a la perfección que nadie conocía mis orígenes, no pude evitar que el miedo y la culpabilidad se apoderaran de mí, y me hicieran experimentar una sensación que se asemejaba mucho a la traición. Fue entonces cuando apareció Juan Ignacio “el Pichi” Mercier, con un tanto que enmudeció a la popular entera.

El tiempo transcurría y la impaciencia del público local crecía a pasos agigantados. Anhelaban revertir el resultado, arruinar el campeonato que el “Bicho” tanto había esperado. Sin embargo, nada estuvo más alejado que ese deseo. Faltando 20 minutos para que terminara el partido, la voz del estadio anunció que una vez concluido el encuentro los últimos en retirarse serían los visitantes, lo que trajo aparejado toda una oleada repleta de bronca.

Al sonar el pitazo final aparecieron los problemas. Impulsados por la ira que les causó el comunicado de la institución, la barra brava de Huracán destrozó el alambrado, con el propósito de invadir el campo de juego y hacerles sentir su furia al sector dirigente. En ese momento, entró en acción la policía, que con sus gases lacrimógenos y balas de goma no sólo aumentaron la tensión, sino que también despertaron el pánico de los más pequeños.

La violencia comenzó a tomar grandes dimensiones. Los puestos de hamburguesas volaban por todas partes y los palos de los hombres anaranjados se multiplicaban constantemente. El salvajismo dominaba en todo el ambiente y convertía en victima hasta al más inocente.

Poco a poco el pánico comenzó a invadirme. Mis piernas temblaban y mi corazón latía aceleradamente.

Una vez más, respire hondo. Intente calmarme y afrontar la situación de la mejor manera posible. Tan pronto cómo lo conseguí, los caminos se unieron en una sola dirección: la salida.

Rápidamente mi novio me tomó de la mano y me arrastró hacia la puerta de entrada. A paso firme y sin vacilación alguna dejamos atrás la batalla campal, con la ilusión de encontrar algo de paz. Pero, nos llevamos una enorme decepción ya que apenas salimos del establecimiento vimos cómo una gran cantidad de cabezas de tortuga le lanzaban balas de goma a los hinchas, causándoles graves heridas.

A pesar que el tiempo me ayudó mucho a curar las secuelas que me provocó aquel terrible susto, jamás olvidaré la última imagen que vi. La cara ensangrentada de un pobre hombre, que entre desgarradores sollozos repetía: “Huracán estoy contigo hasta la muerte”.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Todo esfuerzo tiene su recompensa

Fascinados e impresionados por la hermosa arquitectura del lugar los turistas hacen lucir el sonido de sus cámaras. Quieren llevarse consigo aunque sea un pequeño recuerdo, una mínima insignia que garantice la veracidad de sus palabras y genere la envidia de los demás. No obstante, sus esfuerzos son en vano. Por más que lo intenten, no obtendrán la fotografía adecuada, aquella que revele las múltiples luchas que atravesó el antiguo café…

Todo comenzó en la década del 20 con el triunfo de los “Aliados”, con el fin de la Primera Guerra Mundial. Es ahí, en plena recuperación económica, cuando un grupo de ex combatientes ingleses decide abandonar su país de origen y trasladarse a la creciente Argentina.

Si bien en un principio tuvieron ciertas dificultades de comunicación, no tardaron nada en adaptarse. Les bastó con tan sólo un par de días para movilizar al barrio, para adueñarse completamente de la pulpería con más habitués de la zona. Esto despertó la bronca de los vecinos y trajo aparejado una ola de modificaciones. De todas, la que más repercusión causó fue el renombramiento de la vieja taberna, el nacimiento del Británico.

Los responsables de semejante homenaje fueron tres humildes hombres que provenían de España, conocidos bajo el nombre de José Trillo, Pepe Miñones y Manolo Pos. Ellos hicieron mucho más que mantener intacta la mística del bar, ya que con su esfuerzo y gentileza lograron conquistar el corazón de toda su clientela. Pero, no ocurrió lo mismo con el dueño del local, quien, luego de varios años, tomó la determinación de no renovarles el contrato.

Abatidos y desconsolados por la situación, pintores, fotógrafos y escritores se movilizaron en búsqueda de una solución. No descansaron, no cerraron los ojos ni un minuto. Trabajaron día y noche para que las puertas se mantuvieran abiertas. “Apenas nos enteramos lo que estaba pasando nos preocupamos, pero no bajamos los brazos y luchamos por la permanencia”, recuerda el artista plástico Miguel Ángel Cabezas. Y agrega: “juntamos miles de firmas y hasta realizamos una pintada de 24 horas”.

Finalmente, el paso del tiempo supo compensar el sacrificio. Y aunque ahora muchos miren a los nuevos propietarios con ojos de rencor o desconfianza, no pueden dejar de reconocer que lo más importante es el triunfo de la ideología, en otras palabras, la derrota del poderoso y cruel capitalismo.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Un trayecto con destino feliz

Aquel hombre no era como cualquier otro, tenía algo que lo hacia especial, diferente a los demás. Era amable y buen vecino, pero contaba con la desgracia de vivir en soledad.

Por eso, cada vez que se ocultaba el sol, realizaba la misma rutina. Traspasaba la rústica puerta de su casa y se dirigía hacia la pizzería más cercana, con el propósito de saciar su desesperación, de encontrar algo de compañía.

Con la esperanza eliminar la melancolía de una vez por todas, el anciano de boina gris no modificaba para nada su procedimiento, su costumbre. Parecía Sarmiento, tenía asistencia perfecta. Todos los días iba a su cita, era fiel a esa exquisita porción de pizza. Pero de pronto, cuando menos lo esperaba, la traición tocó su puerta y se llevó consigo al local que por muchos años supo ser “su segundo hogar”.

Abatido por la situación, el señor de cabellera nevada salió a buscar refugio en cada rincón de su amado San Telmo. Si bien en un principio se encontró rodeado por un montón de edificios viejos, con el tiempo consiguió ver más allá de las apariencias, lo que le abrió las puertas del bar “Británico”.

Poco a poco, con el transcurso de los meses y mediante la ayuda del dulce aroma del café, sus heridas del se fueron cerrando, o mejor dicho, sanando. Allí había encontrado su lugar en el mundo. Con tan sólo sentarse frente a la ventana y mirar hacia afuera le bastaba para ser feliz, para sumergirse en los hermosos recuerdos del pasado.

Mañana tras mañana, noche tras noche, el hombre de tez morena ocupaba la pequeña mesa individual más cercana al ventanal. De esta manera, no sólo podía apreciar con mayor claridad la antigua arquitectura barrial, sino también la historia que ocultaba la misteriosa esquina de la calle Defensa.

Nadie lo comprendía. No entendían el porqué de tanto fanatismo. Solamente se dedicaban a estudiar su accionar y cada una de sus facciones, para luego echarse a criticar. Sin embargo, él no se hacia problema, no le importaba en absoluto el qué dirán. Lo que verdaderamente le preocupaba era que la gente desconociera la mística que albergaba el humilde bar. Es así que durante los últimos años de su vida se dedicó a transmitir sus valores, a hacerle comprender a los vecinos que el “Británico” era mucho más que un símbolo de San Telmo.

Continuará...

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Un villano bien alejado del mal


A pesar que los años pasaron y que el terrible villano se encuentra ahora en el hermoso reino de los cielos, jamás olvidaré su rostro y, mucho menos, su temible voz, aquella que le permitía superar cualquier tipo de dificultad y le otorgaba la posibilidad de desarrollar aún más su gran habilidad: la de ahuyentar.

Con mis escasos años y la inocencia en el máximo esplendor, conocía a la perfección el meticuloso procedimiento que llevaba al cabo el desconocido hombre de boina gris. Tan pronto como se ocultaba el sol, el “cuco” salía al acecho. Traspasaba la rústica puerta de su casa y caminaba un par de cuadras, con el propósito de degustar la exquisita pizza que vendía mi madre, o mejor dicho, de arruinar lo que, en algún momento, podría haber sido el mejor día de mi vida.

Siempre ocurría lo mismo, era una pesadilla de nunca acabar. Por más que pusiera todo el esfuerzo del mundo en despertarme, sabía muy bien que la situación no iba a cambiar, pues la mayoría de las veces contaba con la desgracia de no estar bajo las garras del dulce Morfeo. De esta manera, lo único que me quedaba por hacer era respirar hondo y disfrutar el paisaje urbano, para así olvidarme completamente de las amenazas, del terrorífico “te voy a secuestrar”.

El recorrido que realizaba no lo modificaba en lo más mínimo, ya que más allá de que le temía profundamente a lo desconocido y no poseía la edad suficiente como para trasladarme hacia otros lugares, adoraba la antigua arquitectura que se apreciaba a lo largo de la calle Defensa. Los diminutos balcones y los techos al estilo francés era lo que me resultaba más impactante.

Me encantaba sumergirme en la historia, observar detenidamente los edificios e imaginar que me hallaba bien lejos del peligro. Sin embargo, cada vez que conseguía remontarme a mis orígenes europeos, aparecía el torturante anciano de tez morena, para recordarme que debía mantenerme bien alerta.

Con el correr del tiempo y luego de varios sustos por delante, no sólo comprendí que todo formaba parte de una “inocente broma”, sino que también conocí parte de su solitaria vida. Es por eso, que al escuchar la noticia de su muerte no pude evitar derramar unas cuantas lágrimas de tristeza.


Continuará...

miércoles, 20 de julio de 2011

Una pesadilla llamada mondongo


Recuerdo que en ese momento me encontraba bajo el cuidado de mi abuela postiza ya que mi mamá estaba con ciertas complicaciones producto de la enorme cantidad de trabajo que tenía.
Todo indicaba que iba a ser un día cómo cualquier otro, o por lo menos eso parecía en un principio. Las diferencias comenzaron a surgir a la salida del colegio cuando noté que la persona que me había ido a buscar era la mujer de mi abuelo, mejor conocida bajo el apodo de “Chiche”.
Llegamos a casa a la hora del almuerzo. Apenas ingresamos a la cocina, el olor a comida penetró mi nariz y le avisó al estómago que ya se hallaba en condiciones para ser devorada. Hambrienta me senté en la mesa esperando un delicioso plato que saborear, pero me lleve una enorme desilusión al ver una gran cantidad de guiso de mondongo.
Con asco separe cada una de las partes que no me gustaban y comí aquellas que eran de mi agrado. En ese instante, apareció ella y, firme como un sargento, me dijo: “Termina todo porque sino no te vas a mover de la mesa”. Asustada agarre el tenedor con el fin de dirigirlo hacía esa cosa blanca de aspecto deforme. La pinché y la metí en mi boca. Fue horrible, era como morder un pedazo de toalla mojada por vómito. Mire para todos lados en búsqueda de una solución. Fue ahí que la encontré, recostada en medio del sillón. Esperé el momento indicado y la llamé. La perra vino muy rápidamente y en cuestión de segundos se terminó mi pesadilla.

viernes, 1 de julio de 2011

Los adultos también juegan a las escondidas


Estábamos en plena época invernal. Las temperaturas bajas abundaban y el viento helado advertía que no perdonaría ni hasta la criatura más inocente. Sin embargo, yo no me percaté de su presencia ya que el calor de los hornos me protegía de las constantes amenazas brindadas por Bóreas.
Era una noche como cualquier otra. Mi mamá se encontraba delante del local atendiendo a aquellos los clientes que llegaban en búsqueda de fútbol y una buena porción de pizza, mientras papá, en el fondo, se dedicaba exclusivamente a pintar.
Ante la falta de entretenimiento, el aburrimiento comenzó a tocar mi puerta, pero yo me rehusaba a abrírsela, así que le propuse a mi hermana jugar a las escondidas. Ella, contenta, aceptó sin imaginar las consecuencias que traería su desaparición.
Todo surgió producto de un mal entendido cuando, desesperada ante la idea de perder el juego, le pregunté a mi padre: “¿Sabes dónde está Maca?, porque no la encuentro por ningún lado”. En ese preciso instante, se armó un gran revuelo. Miles de vecinos, conocidos y familiares acudieron, con el único propósito de examinar cada uno de los rincones del lugar. Yo no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Mi mente no comprendía el por qué de tanta preocupación si simplemente se trataba de un juego de niñas.
Mi hermana no aparecía, lo que acrecentó aún más la inquietud de los presentes y la exasperación de mi madre, que, una y otra vez, les decía a los agentes policiales: “Mi hija llevaba puesta una musculosa verde. Por favor, encuéntrenla lo antes posible”.
Ese día se escucharon sirenas, gritos y llantos desgarradores, pero nada fue suficiente para despertar a la pequeña bella durmiente, quien, envuelta entre las sábanas, soñaba con no ser descubierta.