viernes, 1 de julio de 2011
Los adultos también juegan a las escondidas
Estábamos en plena época invernal. Las temperaturas bajas abundaban y el viento helado advertía que no perdonaría ni hasta la criatura más inocente. Sin embargo, yo no me percaté de su presencia ya que el calor de los hornos me protegía de las constantes amenazas brindadas por Bóreas.
Era una noche como cualquier otra. Mi mamá se encontraba delante del local atendiendo a aquellos los clientes que llegaban en búsqueda de fútbol y una buena porción de pizza, mientras papá, en el fondo, se dedicaba exclusivamente a pintar.
Ante la falta de entretenimiento, el aburrimiento comenzó a tocar mi puerta, pero yo me rehusaba a abrírsela, así que le propuse a mi hermana jugar a las escondidas. Ella, contenta, aceptó sin imaginar las consecuencias que traería su desaparición.
Todo surgió producto de un mal entendido cuando, desesperada ante la idea de perder el juego, le pregunté a mi padre: “¿Sabes dónde está Maca?, porque no la encuentro por ningún lado”. En ese preciso instante, se armó un gran revuelo. Miles de vecinos, conocidos y familiares acudieron, con el único propósito de examinar cada uno de los rincones del lugar. Yo no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Mi mente no comprendía el por qué de tanta preocupación si simplemente se trataba de un juego de niñas.
Mi hermana no aparecía, lo que acrecentó aún más la inquietud de los presentes y la exasperación de mi madre, que, una y otra vez, les decía a los agentes policiales: “Mi hija llevaba puesta una musculosa verde. Por favor, encuéntrenla lo antes posible”.
Ese día se escucharon sirenas, gritos y llantos desgarradores, pero nada fue suficiente para despertar a la pequeña bella durmiente, quien, envuelta entre las sábanas, soñaba con no ser descubierta.
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