No me
considero una chica pesimista, pero debo reconocer que tengo serios problemas
con el optimismo. No sólo me parece estúpido, sino también que me molesta
profundamente. Se entromete cuando no le corresponde, ofrece consuelos de
“segunda clase” y llena de falsas ilusiones a mucha gente: “vendrán tiempos
mejores”, “podría haber sido peor”, “ya lo vas a superar”. Sin embargo, lo peor
es que nadie queda exento de él. No existe persona que no le haya pedido una
mano, no existe persona que estando en pleno estado de desesperación no le haya
pedido algunas palabras de consuelo.
¡Ojo!
Tampoco apunto a que miremos al mundo a través de la desesperanza y nos
suicidemos en masa por no poder afrontar desgracias de la vida. Lo único que
pretendo es que los recursos sean usados en el momento adecuado. La cuestión
radica en darnos cuenta de cuando es el momento ¿Cómo darnos cuenta? Muy simple,
mirando el noticiero…
Caso 1: Mal uso del
optimismo
Un hombre cruza las vías del tren sin mirar y
sufre un grave accidente. No se muere, pero pierde cada uno de sus miembros. En
otras palabras, pierde su movilidad. El incidente resulta ser tan insólito que
comienza a recorrer los medios de comunicación bajo el título “una desgracia con suerte”. Ahora es
cuando me pregunto si yo tengo un concepto de “suerte” diferente porque hasta
donde sé no está bueno no poder ir al baño sólo, no está bueno pedirle al otro
que limpie las terribles huellas del excremento.
Caso 2: Buen uso del
optimismo
Hay un hecho que es innegable: los noticieros
no son noticieros sin muertes o violaciones de por medio. De eso viven, para
eso viven. Muestran imágenes confusas y las acompañan con un poco de música
tétrica. Luego, revelan la estadística y debaten sobre el tema. Finalmente,
terminan sacando las mismas conclusiones: “así
no se puede vivir”, “nos van a matar a todos”, “la solución es mudarnos a
Marte”. En definitiva, con su falta de optimismo, no hacen más que
instaurarle el temor a la gente. Nunca falta aquel que te dice “no salgo de
casa porque los ladrones me están esperando afuera”.
Caso 3: Una imagen dice
más que mil palabras
Jamás confiaría en un huevo que está feliz y
lleva un sombrero tan patético.
Seamos realistas, seamos sinceros y, sobre
todo, no siempre veamos el aspecto más favorable. Entendamos que las desgracias
no vienen con la suerte, simplemente son desgracias.
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