sábado, 4 de agosto de 2012

Seamos optimistas... cuando corresponda


  No me considero una chica pesimista, pero debo reconocer que tengo serios problemas con el optimismo. No sólo me parece estúpido, sino también que me molesta profundamente. Se entromete cuando no le corresponde, ofrece consuelos de “segunda clase” y llena de falsas ilusiones a mucha gente: “vendrán tiempos mejores”, “podría haber sido peor”, “ya lo vas a superar”. Sin embargo, lo peor es que nadie queda exento de él. No existe persona que no le haya pedido una mano, no existe persona que estando en pleno estado de desesperación no le haya pedido algunas palabras de consuelo.
  ¡Ojo! Tampoco apunto a que miremos al mundo a través de la desesperanza y nos suicidemos en masa por no poder afrontar desgracias de la vida. Lo único que pretendo es que los recursos sean usados en el momento adecuado. La cuestión radica en darnos cuenta de cuando es el momento ¿Cómo darnos cuenta? Muy simple, mirando el noticiero…

Caso 1: Mal uso del optimismo
  Un hombre cruza las vías del tren sin mirar y sufre un grave accidente. No se muere, pero pierde cada uno de sus miembros. En otras palabras, pierde su movilidad. El incidente resulta ser tan insólito que comienza a recorrer los medios de comunicación bajo el título “una desgracia con suerte”. Ahora es cuando me pregunto si yo tengo un concepto de “suerte” diferente porque hasta donde sé no está bueno no poder ir al baño sólo, no está bueno pedirle al otro que limpie las terribles huellas del excremento.
 
Caso 2: Buen uso del optimismo   
  Hay un hecho que es innegable: los noticieros no son noticieros sin muertes o violaciones de por medio. De eso viven, para eso viven. Muestran imágenes confusas y las acompañan con un poco de música tétrica. Luego, revelan la estadística y debaten sobre el tema. Finalmente, terminan sacando las mismas conclusiones: “así no se puede vivir”, “nos van a matar a todos”, “la solución es mudarnos a Marte”. En definitiva, con su falta de optimismo, no hacen más que instaurarle el temor a la gente. Nunca falta aquel que te dice “no salgo de casa porque los ladrones me están esperando afuera”.
 
Caso 3: Una imagen dice más que mil palabras
   Jamás confiaría en un huevo que está feliz y lleva un sombrero tan patético.

 Seamos realistas, seamos sinceros y, sobre todo, no siempre veamos el aspecto más favorable. Entendamos que las desgracias no vienen con la suerte, simplemente son desgracias. 

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