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¿En qué puedo ayudarte?
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Quiero la minifalda
negra que se exime en la vidriera, pero de mi talle.
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Lo lamento para vos no
hay. Es talle único.
Hay situaciones que son necesarias vivirlas
para poder comprenderlas. Y está es una de ellas. Muchos se llenan la boca de
sinsentidos creyéndose eruditos del tema, pero son pocas las personas que
conocen las heridas que aquellas palabras generan. Heridas que por momentos
dejan de sangrar, lesiones que nunca terminan de cicatrizar.
El
problema no es tener unos kilos de más, sino las consecuencias que trae
aparejadas y que van más allá de la “salud personal”. Las apneas de sueño, la
diabetes, la artrosis quedan relegadas a un segundo plano. Las marcas
psicológicas son las que verdaderamente importan o, mejor dicho, son las que
resultan imposibles de eliminar. Una lechuga, un tomate o una manzana permiten
modificar el aspecto físico, pero nada pueden hacer frente a las aflicciones
del alma. Es simple, es como una formula matemática. A medida que aumenta la
discriminación, más se padece la gordura y mayor es el miedo a engordar. Es así
como se produce la metamorfosis, es así como aparece la conocida “calculadora
mental”. Los alimentos se transforman en calorías, las proteínas se esfuman y
el cuerpo se enferma ¿Qué hace el responsable mientras tanto? Mira con
incredulidad, se declara inocente. No acepta su culpa, prefiere desconocer el
motivo por el que sus manos están repletas de sangre. En otras palabras, quieren
ignorar el proceder de la sociedad…
Con el surgimiento del pensamiento
racionalista emergió una estructura social individualista. Las tradiciones se
desvanecieron, las partes se separaron y el cuerpo pasó a ser un factor de
distinción. La materia se olvidó de la inclusión para, luego, convertirse en un
elemento de exclusión. A tal punto llegó la realidad que la sociedad empezó a
demandar un esteriotipo corporal que no todos podían alcanzar. De esta manera,
el mundo comenzó a girar en torno al 90 – 60 – 90 y los dueños del tejido
adiposo fueron echados del sistema. Sin embargo, algunas puertas permanecieron
abiertas. Hubo espíritus que se mostraron generosos y ofrecieron los mejores
métodos para bajar de peso: pastillas, aparatos, tratamientos ¿A cambio de qué?
De dinero. Por eso, por las necesidades que posee el capitalista, se aceptó la
discriminación y no se intentó incorporar lo más valioso de la persona: su
esencia.
La gente corpulenta dejó de formar parte de
la comunidad, perdió su lugar. No sólo fue marginada por los bienes y
servicios, sino también por los individuos. Nadie cuestionó nada, nadie se rebeló contra
el sistema. Lo único que hicieron fue adaptarse a él. Rechazaron a su prójimo
sin considerar que del otro lado había alguien que sentía, que sufría. Apenas
una minoría pudo percibir lo que realmente valía la pena y se comprometió a
brindar una amistad incondicional.
En la
actualidad existen muchas estrategias y dietas para combatir la gordura. Pero ese
no es remedio. La cuestión se encuentra
relacionada con los cambios. No es fácil modificar un estilo de vida. Tampoco
es fácil abandonar un cuerpo que supo denunciar las miserias de los demás. Ellos
no lo ignoran, saben muy bien que cuando adelgacen el trato será distinto,
saben muy bien que serán respetados por ser “hermosos” y “exitosos”.